martes, 30 de marzo de 2010

Sobre el texto y la puesta

Desde la lectura del texto
por Marta Labraga


El monólogo aparece como la forma más adecuada para este tipo de tragedia sin heroína trágica y sin conflicto de conciencia. “Alguien” habla, “alguien” dice “Yo soy Medea” en un decir atemporal al mismo tiempo que precisamente ubicado en este Olimar con dueños de la tierra.

Gran hallazgo que Seca sea al mismo tiempo: ‘la’ Seca que se come las tierras y las cosechas y sume anualmente en la desesperación de la muerte a los pastos del campo, la locura que calcina estos cerebros que son después “reparados” por los choques eléctricos hasta la quema de todo pensamiento, el ‘dueño de todo’, el dueño de la tierra y de los seres, el Macho de la horda que circularmente coge a las hembras, les hace sus ‘milagros’ y después se los reapropia, los convierte en sus almas (‘esa almita es mía’) que se sirve de un sirviente- pastor, Jasón, “pastor de almas” para Seca. Y esas almitas serán a su vez, paridoras de hijos e hijas- hermanos.

Como “pastor de almas” es también un Padre espiritual, que guía a otro Padre- Dios, las alusiones se multiplican en el horror de lo incestuoso acentuado por la ausencia radical de lugar para la discriminación y la identidad individual. Vaca como todas las vacas, ovejas como las que van apretujadas en el camión y en camino simétrico al de ella cuando la llevan a la cárcel rural. Como “corderos al matadero”, ‘cordero de dios’, hijo- cristo, condenado a muerte y muerto.

Así se alude al incesto que su cruza monstruosa, “vaca” y “caballo” que hace nacer un “potrillo raquítico”, una “yegüita temblorosa y flaca”, hace hijos e hijas que siguen enloqueciéndose como madres cuando lo que paren les parezca asqueroso y siguen asesinando metafórica y sordamente sus vidas hasta que se hace acto-grito en una, ‘Esta’ Medea “vaca y vacía”, ‘vacante’ de todo destino, que está anclada en el cruce de mitos y ritos de toda la occidentalidad .


Desde la primera puesta en escena (CCE)
El ejercicio del impacto y el desacomodo-


Al entrar para ubicarse el espectador recibe el impacto de quedar, hasta el comienzo de la obra, con la palabra, la música, las luces, enfrentado a un ser cuerpo, estático y subrayando por su postura lo informe, lo grotesco de las formas desdibujadas y de un rostro joven afeado por un sutil maquillaje que destaca los ojos de vaca degollada. El vestuario: batón, túnica, delantal, camisa de fuerza, realza ese impacto y se nos instala rápidamente la incomodidad.

Ya, entonces, desde antes de la palabra, no queremos ‘oír’ con la mirada un ‘espectáculo’ de esta mujer- vaca , que desagrada y agrede. Junto con un lenguaje empobrecido se va instalando una gestualidad reducida al mínimo, de la que se destaca el gesto de una mano- cola que espanta , que se espanta moscas.
El ejercicio de la comprensión de las situaciones aludidas no es el que golpea sino la vacancia de expresividad indicada todo el tiempo para un ser que nos debe mostrar todo el tiempo que ya no siente o nunca sintió nada.

Casi diría que el vacío de emoción la vuelve inexpugnable y aislada, separada de nosotros, incapaz de provocar forma alguna de identificación y tampoco nos la va creando ante nosotros como culpable, ella está más allá del horror, que sentimos ajeno.

El modo de pegarse y alzar los brazos y discurrir contra el telón y sus imágenes proyectadas de un matadero, de las vacas desangrándose, de ‘mezclarse’ con ellas en gestos de animal moribundo, la música que acompaña la escena y los mugidos- gritos son de una intensidad reveladora. El abismo de la diferencia de cuerpos a que se alude, entre esta Medea y su yeguita flaquita y raquítica es como la que va entre las imágenes de las vacas y las moscas.

No le podemos llamar protagonista y tampoco anti héroe y sólo tiene un momento de verdadera contingencia humana en el canto cuando su voz cambia sus formas, la vuelve liviana, configurada en ser que se comunica. Y salvo ese tiempo de la canción no tiene más interioridad que la que le construye cada espectador en su pathos singular y según el momento de la obra.

Otro hallazgo del juego escénico necesario para un monólogo es esos cuatro atriles donde se simboliza a un Coro fragmentado que somos los espectadores “comentando” las escenas.